El domingo 7 de marzo no era un domingo cualquiera. Teníamos partido en nuestra pista y nos tocó madrugar. A las 9:30 ya estábamos en los vestuarios, preparándonos para uno de los mejores partidos que hemos jugado hasta el momento.
Ya conocíamos al otro equipo: la Ikastola San Fermín. Les habíamos visitado en el primer partido de liga y nos habían derrotado con claridad, por muchos goles, como nos suele ocurrir (y es normal) en benjamines.
Este encuentro, sin embargo, fue diferente. Haré una excepción y por una vez hablaré del resultado. Y no porque le dé valor en sí mismo, sino por lo que dice del juego del equipo. Perdimos 5 a 7. Sólo de dos goles contra unos que nos habían metido más de diez de diferencia apenas un mes antes. Además, no sólo importa el cuánto, sino también el cómo.
Jugamos una primera parte estupenda, defendiendo bien uno a uno, saliendo al contragolpe con velocidad y buenos pases, moviendo la bola en ataque con paciencia, repartiéndonos toda la pista, buscando a los compañeros, divirtiéndonos… Pero no conseguimos marcar. Consecuencia: nos fuimos al descanso 0-1.
En la segunda parte, para más calamidad, recibimos cinco goles seguidos en los primeros minutos: ¡0-6! ¿Y nos rendimos? ¿Nos resignamos a recibir otra goleada? Nononó. Seguimos jugando exactamente igual que antes: patinamos, levantamos la cabeza, apretamos en defensa, buscamos la portería. Y mira tú por dónde, la cosa funcionó. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. 5 a 6 y siete minutos para el final. Cosa de ver y no creer.
El final del partido estuvo lleno de emoción. Intercambiamos un montón de ataques y contraataques, los porteros se lucieron, no encontrábamos el gol.
A falta de dos minutos, llegó el 5 a 7 y así se quedó el marcador.
Una lástima no haber podido completar la remontada, pero el partidazo que hicimos no nos lo quita nadie. Y esto no ha hecho más que empezar.
Hockey en la Rochapea 